Daniel Hernández toma la palabra con el confeso intento de compartirla con el público. Su tono caribeño y su cadencia al hablar favorecen notoriamente la estrategia de seducir a la concurrencia, que escucha con silencioso respeto sus historias. Quizás demasiado silencioso, a lo percibido el domingo en Pangea (dará dos funciones más, hoy en Casa Managua y el viernes en Casa Caminantes, San Lorenzo 1.342): el actor nacido en Colombia y llegado desde Chile invita, convoca, reclama participación de los que están sentados.

Su espectáculo se centra en esa comunión entre cuentista y espectador, en la búsqueda de la fusión de todos en el cuento que cuenta, núcleo de la narración oral como práctica inmemorial, ahora atravesada por lo escénico que le da un marco artístico.

Para que funcione, debe romperse la invisible pared teatral y dejar que el actor y su público se encuentren en el mismo espacio. Allí aparecen el abuelo cariñoso de Hernández; la mujer quejosa y su relación con Dios y el diablo, o el adivinador tramposo y suertudo. Su relato se centra en las acciones de los personajes, despojado de descripciones vívidas sobre sus entornos, en lo que se puede leer tanto una debilidad como un espacio para que cada uno de los presentes lo complete con su propia imaginación.

ACTÚA HOY
• Desde las 21.30, en Casa Managua (San Juan 1.015).